lunes, 5 de octubre de 2009

Carta de ajuste

Ajuste de cuentas de un director maldito de la década de los 70 a su país, mientras otros compañeros de profesión evolucionaban hacia otro tipo de cine, renunciando al clasicismo de su propia historia, pienso en Coppola, Polansky, Spielberg..., él decidió nadar a contracorriente y decantarse por el viejo aroma del cine clásico, bien asesorado por su amigo Orson Welles decide rodar en blanco y negro este crepuscular ejercicio de autocrítica a los convulsos tiempos que se vivían por entonces en EEUU...
La acción nos situa en un pueblo de la América profunda en los años 50, paraíso de perdedores acomodados en su rutinaria existencia, jovenes que inician el arduo camino de incorporarse a la edad adulta, desencantados porque saben que no saldrán de esa cloaca, sus miserables existencias se reducen a esperar conseguir un buen partido, en el mejor de los casos, que les allane la insoportable sensación de vivir una vida sin valores, sin ilusiones, sin sueños, carne fresca para la inminente guerra de Corea, que es la que tocaba en aquellos días, de la que muchos no regresaran...

La claustrofóbica camara de Bogdanovich, nos centra todavía más en una de las calles del pueblo, donde subsiste el único cine en kilometros a la redonda, a la vez que nos muestra los infinitos campos abiertos de entrada a esta arteria vital, donde un grupo de utópicos resistentes lucha por evitar el cierre de la desvencijada sala y la inminente llegada del cáncer irreversible del espectáculo entendido como "arte moderno", la TV...
Este es el escenario elegido por Bogdanovich para clavar su rabiosa bayoneta y destripar las sólidas bases del tradicional american way of life, con una sublime dosis de melancolía y nostalgia, que te duele muy adentro, te hace llorar, te enseña a sentir y preguntarte aquello de ¿todo tiempo pasado fué mejor?

Pocas veces he vuelto a ver en pantalla un reparto tan bien logrado, desde los debutantes Cybill Sheperd (injustamente infravalorada, la futura novia de Travis Bickle en Taxi Driver, está sencillamente memorable), Jeff Bridges poniendo la base de su luego interesantísima carrera, y un Timothy Bottoms que te llega hasta los tuétanos (¿con su escoba cuantas cosas barrería?), hasta los excelsos secundarios de Ben Jonhson y Cloris Leachman (nunca dos Oscars de reparto fueron más merecidos).
Con muchos tiempos muertos, entre espacios cerrados a la introversión de sus personajes y abiertos a la profundidad de lo infinito del campo visual, aquí se habla con la mirada, con los gestos, con el alma profunda de la razón... con las entrañas. Masterpiece.-

"La última película" - Peter Bogdanovich (1971)