domingo, 13 de septiembre de 2009

... y te sacarán los ojos!

“Españoles… Franco ha muerto”, sollozaba uno de los últimos cuervos de la dictadura ante nuestras pantallas en blanco y negro de la época, una imagen que valió más que sus escuetas cuatro palabras.
Mientras agonizaba el inculto caudillo, Saura finalizaba el rodaje de esta excelente película, donde a modo de observador todavía preocupado de sortear las reminiscencias de la censura, nos introdujo en un fascinante ejercicio metafórico sobre los nefastos años de gobierno dictatorial y la herida que dejaron en la población que tuvo que soportarlos, que luchó por sobrevivirlos, que entregó su vida por combatir aquella absurda lacra.
Yo tenía 9 años, recuerdo vagamente que había jaleo en casa, que me despertaron del sueño de los niños y alguien me puso una copa de cava en la mano izquierda, no sabía bien lo que había ocurrido, me costó unos años más entenderlo, pero mi madre sonreía e intentaba peinarme los pelos rebeldes del despertar precipitado con sus manos de seda y mi padre luchaba por disimular las lagrimillas que acudían a su rostro impenetrable. ¿Qué quiere toda esta gente, que viene de madrugada?, allí estaban algunos familiares, vecinos del bloque, del barrio, buena gente, trabajadores del orgullo social, resistentes a la humillación, rebeldes con causa contra el yugo del águila negra…
Ana tenía mi misma edad por entonces, y también despertó esa noche a la misma hora, ¿en otro lugar?, tras escuchar algo extraño en el cuarto de su padre, un militar viudo a las órdenes de Franco, se acercó con sigilo gatuno y observó a una misteriosa mujer salir corriendo de la habitación. El jodido militar está muerto y la niña de los ojos tristes con la inocencia amputada, no encuentra explicación a lo sucedido, tan solo puede abarcar un sentimiento de culpa que le sube desde los fríos pies desnudos, le atraviesa la espalda y le ilumina el aura con una mirada que ha pasado ya a los anales de la historia de los niñ@s en el cine, impresionante Ana Torrent en una soberbia interpretación, llena de sentimiento de orfandad…
A partir de esta primera escena, sutil como una sábana recién lavada, Carlos Saura construye una parábola sobre el tortuoso proceso vital de Ana y sus hermanas (a Woody le haría gracia, je!), sobre el proceso de madurez de una sociedad aniquilada por los estertores del franquismo y que apostaba por la esperanza de un futuro mejor… Juego de miradas entre la niña triste que nos hacía meditar y la mujer vestida de negro que nos hacía soñar (una magistral Geraldine Chaplin en un doble papel antológico como madre de Ana, y la propia Ana adulta), ojos que hablan, que susurran el mismo dolor..
Aquella noche, entre el humo de los cigarrillos de contrabando, y las burbujitas doradas del elixir de la viña del señor Freixenet, me pareció ver entre los adultos desperdigados en abrazos y risas blasfemas a una niña asomando en el quicio de la puerta, puede ser que estuviera soñando no os lo niego, pero os juro que me sonrió, como solo los niños saben hacerlo entre ellos.
Ha pasado mucho tiempo, pero nunca olvidaré que compartió su secreto conmigo y me dijo como se llamaba aquella misteriosa mujer que entró a hurtadillas a violar los aposentos de la injusticia, de la prepotencia, de la incultura y de la humillación, su nombre es inmortal y el tiempo no pasa por ella, aunque la mancillen y la prostituyan en nombre de intereses de baja estofa. Aquella mujer se llamaba… Libertad, y a mí me sigue llenando de orgullo en las raras ocasiones en que consigue arrancarme una sonrisa.-