sábado, 26 de septiembre de 2009

Nitrato en el alma

Que un cineasta como Tarantino tenga que salir de la retaguardia cinéfila, metraletra en mano, derrochando las palabras de calibre superior que contiene su excelso guión y disparando contra todo crítico viviente que se le ponga por medio, clama al infierno de la injusticia. Pero aquí está su propuesta, a la vista de todos, para que el cielo del espectador la juzgue y la coloque en el sitio que merece, el de las películas que no se perderán en la memoria del olvido. Obra maestra, digámoslo ya encarando al enemigo dispuestos a defender con bastarda obcecación el maldito universo del celuloide.
Siempre me interesó esa nefasta página de nuestra historia que representó toda la extensión de la parafernalia nazi y su intento de conquistar Europa y quién sabe si por extensión el mundo, toda esa propaganda macabra que intentaron inculcar en los países colindantes con el imperio ario, que tuvieron que soportar su brutal invasión con el inexplicable pretexto de la caza y persecución del judío, los amagados intereses que se escondían en las verdaderas intenciones de aquella piara de cerdos uniformados lógicamente iban bastante más allá de las apariencias genocidas contra un pueblo.
Tras esa overtura marca de la casa al más puro estilo spaghetti western, entramos en la dinámica de la historia de la mano de un director al que jamás le tiembla el pulso a la hora de mantener el ritmo narrativo durante las dos horas y media de metraje, que pasan en un suspiro como la hoja de un afilado machete peinando una cabellera, siempre manteniendo los ojos bien wide shut para no perdernos ni el más mínimo detalle de todo lo que acontece, que es mucho más de lo que reflejan los estupendos diálogos y lo que abarca el objetivo de la cámara de Quentin.

En este sentido, utilizando como mera excusa a su escuadrón bastardo, ya que asoman solo cuando se nos antoja imprescindible su aparición en escena, todo el protagonismo recae sobre el monumental elenco de actores secundarios, donde los perros del führer son actores alemanes como debe ser para dar veracidad lingüistica a la interpretación y los aliados yanquis o los invadidos franceses representan todo lo que la idiosincrasia de estas nacionalidades da a sus formas genuinas de ser, atención también al trío de “italianos” que añade al coctel fílmico esas gotitas de humor negrísimo tan presentes en todo el cine de Tarantino.

Capítulo aparte merece una escena en particular, la que acontece en la tabernucha del sótano de París, donde una serie de personajes, hasta el culo de cerveza unos y de whisky escocés los otros, protagonizan uno de los momentos más memorables que yo recuerdo haber visto en una pantalla, 30 minutos de puro cine con unas composiciones brutales de un guión superior, entre trago y trago, mientras juegan a un extraño y asfixiante juego que consiste en pegarse una carta en la frente y adivinar personajes famosos de la historia, marcas frontales mientras controlas al camarada del frente, de frente, al frente, marcado en la frente, sin descuidar la espalda…
Asimismo destacar la interpretación de Christoph Waltz, un coronel nazi especializado en la caza del judío que se erige en el auténtico protagonista de la trama llevando todo el peso de la historia, que se marca una interpretación memorable, si no le dieran el Oscar o cualquier premio de los gordos a este tío en representación de todo el excelente casting sería de juzgado de guardia.
Estructurada a modo de libro en cinco capítulos perfectamente ensamblados en su conjunto, el triángulo mágico formado por presentación-nudo-desenlace se conjura para ofrecer, a quién tenga la osadía de disfrutarla, una película redonda, grande de verdad, predestinada a hacer correr ríos de tinta, que desembocaran sin ningún género de duda en el mar de la posteridad.