viernes, 18 de septiembre de 2009

Mujeres (Two different ones)

Es duro haber dedicado una parte importante de tu vida a prepararte en alguna materia específica, una licenciatura de alguna carrera por ejemplo, y tener que buscarte las habichuelas cuando la vida aprieta en algún trabajo de baja estofa que te permita salir adelante, alimentarte, y pagar la cuota mensual de tu propio cielito material en la tierra, tus cuatro paredes amplificadas para escuchar los sonidos vecinales e insonorizadas para no sentir los lamentos de la injusticia social, sobrevive que no es poco…
Patricia Highsmith acababa de escribir “Extraños en un tren”, y por esas cosas de la vida y en espera del reconocimiento posterior, tuvo que trabajar en unos grandes almacenes, en la sección de juguetes concretamente, para subsistir, Frankenberg podría ser lo que ahora nosotros conocemos como “El hachazo Británico”, esos templos del consumo instalados en la mayoría de nuestras ciudades, no les hace falta publicidad, ¿verdad?, tuvo que ser un gordo inglés, genial como pocos, quién recién publicada esa primera novela compró sus derechos de inmediato para adaptarla al cine. Pero esa corta experiencia en un trabajo tan sacrificado marcó a la autora y a la vez le sirvió de experiencia para escribir esta, su segunda novela. Hitchcock tuvo buen ojo, Highsmith inspiración y perseverancia para desarrollar una interesante carrera literaria posterior, y encerrarse con un solo juguete, la pluma, ese que más que conocer el libro de instrucciones, aunque nunca esté de más echarle un vistazo, requiere un don especial: el talento.

Therese, alter ego de Patricia, trabaja a diario en Frankenberg, no es una vomitiva “Gaztañaga” que vende miserias cotidianas a 50 peniques la confidencia, vende juguetes para inocentes criaturas, hijos de la depresión americana, que crecen en Nueva York al abrigo de un futuro incierto en la tierra de la libertad mutilada, simplemente es una de esas mujeres que nos gustan a los hombres, una mujer de verdad.
Carol se acaba de divorciar, una fémina extremadamente elegante, con un toque artificial a primera vista, celosa de una intimidad que muestra a cuentagotas, caprichosa femme fatale de cabellos dorados, de las que suelen mirar por encima del hombro a los hombres consciente de sus propias armas, una mujer preparada para el triunfo en nuestra sociedad de hoy, pero estamos en 1952… y en este preciso instante solo tiene una necesidad, comprar una muñeca para su hija, inocente víctima del error de sus progenitores.
Dependienta y clienta potencial se conocen en una de esas transacciones básicamente mercantiles que se producen cada día por millones en cualquier establecimiento dedicado al comercio, yo te vendo, tu me compras, y si no, que te den, que yo solo soy una triste empleada…esta muñeca no me gusta, a esta otra le falla la expresión, demasiado impersonal, de esa de allá no me gusta el vestidito, y esta ni siquiera llora ni hace pucheros… Therese sube escaleras, vuelve al mostrador, abre cajas, exhuma muchachitas de plástico, las vuelve a enterrar, la clienta no acaba de decidirse, gajes del oficio…¿Almorzamos juntas?

Con esta sencilla puesta en escena, la autora nos presenta a dos mujeres aparentemente dispares en sus principios, en sus sentimientos, en su manera de ver la vida y de vivirla, dos polos opuestos que por uno de aquellos caprichos del destino se atraen. Una cita, un encuentro que cambiará para siempre el resto de sus respectivas existencias.
A partir de este momento, y con una prosa rica en matices aderezada con unos brillantes diálogos presentes en el trascurso de toda la novela, esas conversaciones a dos bandas entre Therese y Carol donde se despojan poco a poco de todos sus miedos, sus dudas, y donde la autora nos presenta a una serie de secundarios perfectamente ensamblados en el conjunto de la obra ( el resentido Richard, el noviete defenestrado de Therese o la señora Robichek, una de sus compañeras de trabajo, entre otros), empieza a fraguarse esta historia de amor entre dos mujeres, sin miedos, sin disfraces, con un atrevimiento ejemplar para la época. Una elegante y preciosista salida del armario por la puerta principal; la de la dignidad.-