domingo, 12 de julio de 2009

La rosa púrpura del barrio

La cultura de barrio del siglo XXI no ha cambiado demasiado desde que yo corría por las calles de uno de esos núcleos de extrarradio en pantalones cortos, los adolescentes que se crían en cualquiera de esos viveros existenciales siguen siendo diferentes a los jóvenes de la ciudad propiamente dicha, y eso que tan solo les separan en el mayor de los casos unos pocos kilómetros del centro neurálgico de la Big City, tan pocos que raramente llegan a los dos dígitos, son los pueblos que componen el cinturón industrial, los mismos que se ajustan a la cintura de la Gran Manzana hasta hacerla estallar desde el origen de sus líneas de metro, atravesándola de punta a punta con el navajazo de madrugada de cualquier convoy solitario, gusanos mecanizados repletos de estrafalarios personajes en busca de su lugar en el mundo.
La Juani y la Vane son dos nenas de extrarradio que intentan huir de su nido de rutina en busca de un futuro mejor en el corazón de la ciudad, son chicas JASP que utilizan a su antojo a los novietes de turno, machistas tuneaos que hablan de coches y fútbol en las terrazas del barrio o miden sus fuerzas en absurdos botellones en el descampado que se cierne a la sombra de los rascacielos, su patio de vecinas particular; criaturas celestiales que han crecido rodeadas de problemas suburbiales: drogas, alcohol, paro, familias desestructuradas, violencia, y a las que les crecen antes las entendederas para sobrevivir en la vida que las tetas para someter a sus futuras víctimas, los pobres infelices que topen con alguna de ellas e intenten menospreciarlas, con estas chicas no se juega, uno puede tocar el cielo o quemarse como un litro de gasolina, con plomo, en el infierno, todo va a depender de cómo las trates, porque no van a aceptar nada que no sea la igualdad aún a sabiendas de que suelen estar mentalmente por encima de ellos; y el tiempo para soñar se agota antes de los 18, hay que buscar la salida antes de que el toro regrese grasiento de su cadena de montaje reclamando un par de polvos, con premio churumbeles, que cuidarán los abuelos, esos que ahora buscan las sombras de los árboles del precioso parque que les hizo el ayuntamiento después de tanta reivindicación vecinal, a cambio de sus votos socialistas.
Bigas Luna hace una peli irregular apoyado en la excelente interpretación de Verónica Echegui, uno más de sus famosos descubrimientos para la pantalla, haciendo o intentando hacer una apología sobre la cultura suburbana que se sostiene con pinzas en determinados momentos pero que contiene alguna que otra escena muy lograda, la variada BSO a ritmo de hip-hop me sorprendió para bien con 2 o 3 canciones muy adecuadas para ilustrar la música que vomitan las ventanillas de los bugas que circulan por cualquier barrio. Al final, el gordo Bigas comete un error imperdonable, con calzador nos mete las sandalias que se venden a las puertas de Hollywood, dejando abierta la historia a una futura segunda parte, que podía haber cerrado en cualquier momento del último cuarto de proyección. Lástima.