viernes, 19 de junio de 2009

Pequeño cabaret ambulante

Una fría noche de noviembre, Walt tiene nueve años y ronda los sitios finos de la ciudad de Saint Louis mendigando unos peniques con los que sobrevivir; merodeando por la entrada de un club de jazz, donde un grupo compuesto por músicos negros ameniza tragos y confidencias entre los todopoderosos de la ciudad; buscavidas infantil al que a falta de caramelos, buenas son las tortas de la vida, las vendedoras de cigarrillos, con esos vestiditos de vicio, miman con bocanadas gratis de nicotina para calentarle los pulmones con genuino veneno americano, mientras busca taxis a los serpenteantes clientes podridos de dólares…
“Al principio pensé que el maestro Yehudi era solo un borracho más, un rico buscador de alcohol que se tambaleaba por la noche vestido con un esmoquin negro y un sombrero de copa de seda. Su acento era extraño, por lo que me figuré que no era de la ciudad, pero eso me tenía absolutamente sin cuidado. Los borrachos dicen cosas estúpidas: - No eres mejor que un animal. Si te quedas donde estás, habrás muerto antes de que acabe el invierno. Si vienes conmigo, te enseñaré a volar; no es una habilidad fácil de aprender, pero si me escuchas y obedeces mis instrucciones, los dos acabaremos siendo millonarios…”.
Cuéntamelo Auster, y deja que yo le explique a quién se digne a leer estas líneas que todo es posible, incluso volar, cuando la necesidad o la voluntad de salir adelante, con la dignidad de la conciencia pura de un niño, transparente como alas de mariposa, te impulsa a levitar sobre los problemas y alzarte sobre las circunstancias, yo y mi yo, yoyó que rueda por la vida y se recoge de vuelta a la acogedora mano que atrapa los sueños, y los echa a volar cuando sopla el viento de la depresión, el mismo que despeina los cabellos del angelito caído en desgracia; ley seca, sed de libertad.
Sigue narrando amigo, haz que siga elevándome unos centímetros del suelo, te leo escondido entre las caras somnolientas del último vagón del primer metro de la mañana, a hurtadillas le robo unos párrafos a la jornada laboral, no puedo dejar de leerte; como a los curritos siempre nos tarda más de la cuenta el segundo plato del menú te despliego sobre la mesa; sopa de letras de primero y dame más pan de ese básico en la dieta medite-literaria; de noche a la luz de una vela que nunca se apaga, te voy a devorar en una semana, libro etéreo, semilla de la creación.
Bienvenidos al prodigioso mundo del circo; señoras y señores pasen y vean la increíble historia de Walt el niño que vuela con las fascinantes alas de la mente, ocupen su localidad y dispóngase a leer por tan solo 8 euros una historia mágica en un mundo real, viajen en el tiempo y acomódense en la silla de montar del mismísimo Buffalo Bill, déjense arrastrar hasta Etiopía y compartan un puñado de sus palomitas con esos atletas desheredados que corren descalzos por la vida… les traeremos de vuelta hasta el corazón del país de las oportunidades, Kansas, y les haremos saber lo que se siente cuando un subnormal tocado con capirote reparte justicia divina entre los más desfavorecidos, por la gracia de dios… piérdanse entre estas extraordinarias páginas y conozcan la sabiduría que imparte el Maestro Yehudi… y mucho más, presenciaran ustedes mujeres barbudas, enanos que crecen en los albores de nuestra carpa circense, fabricación casera, y una extensa lista de personajes que no olvidarán hasta el último de sus días, no dejen pasar la oportunidad, lo pasarán en grande…
Paul Auster, sin duda uno de los mejores escritores contemporáneos, consigue tejer una novela asombrosa, rebosante de talento e imaginación, que te engancha desde las primeras líneas y no te suelta hasta la última página, cuando ya estás preparado para dar un pasito al vacío, abandonar el acogedor nido de la juventud, y saltar al espacio infinito que se extiende bajo tus pies. Vuela amig@, vuela.-